En Delparaíso todo parecía idílico y perfecto. Hasta que Juan del Val nos ha abierto las puertas: pasen y vean.
Delparaíso es un lugar seguro, vigilado las 24 horas, lujoso e inexpugnable. Sin embargo, sus muros no protegen del miedo, del amor, de la tristeza, del deseo y de la muerte. ¿Acaso tiene sentido protegerse de la vida? Juan del Val dirige su mirada, lúcida e implacable, a este mundo tan hermético como inaccesible para construir una narración absorbente, a veces divertida y a menudo incómoda. Bajo su aparente sencillez, prácticamente en cada página el lector tendrá que enfrentarse a un dilema moral que le hará leer con el corazón en un puño.
«Tengo estrías, celulitis y una perra fea que se llama Chelo. Al principio era bonita, pero cuando creció se le ensanchó el culo. Lo mismo que me pasó a mí, salvando las distancias?».
Candela es una mujer de cuarenta y pocos años con una vida normal, acostumbrada a la soledad, enormemente observadora y con un ácido sentido del humor. Sus días transcurren sin grandes sobresaltos mientras trabaja de camarera en el bar que regenta junto a su abuela y a su madre tuerta. Un bar de barrio por el que, a través de sus clientes, pasa la vida entera. Candela deberá alumbrar cualquier penumbra, incluso esa que vuelve desde el pasado que creía olvidado.
Juan del Val construye, con una veracidad descarnada y un sentido del humor en ocasiones desternillante, el retrato de una mujer única.